sábado, 15 de mayo de 2010

El prohibido OJO DEL CALAMAR


Un calamar puede ser hipnotizado: 
posee el ojo más humano.

Elías Canetti

Del calamar lo sabemos casi todo.
Que tienen dos branquias y dos corazones,
que los tentáculos, como en ciertos malvados humanos,
emergen de su cabeza, llenos de ventosas
que lo hacen un depredador irrefrenable.
Que puede ser gigante (Architeuthis dux)
y hasta colosal (Mesonychoteuthis hamiltoni).
Que son animales de aguas profundas,
que nadan vastas distancias,
que detestan la soledad.
Que como los escritores expulsan tinta para defenderse.

Con la cabeza “tan grande como un barril”
—descrito así por Plinio el Viejo—,
son tan míticos y temibles como gustosos.
En la leyenda escandinava y finlandesa está el Kraken,
animal algo enfermizo, del tamaño de una isla flotante,
al que se le culpa de ingerir barcos de Guerra.
Protagonista acechante de Moby Dick
y de Veinte mil leguas de viaje submarino.

Pero del calamar intriga su ojo,
enorme, expectante, prohibido.
El de la especie Architeuthis es el más grande del mundo,
equivalente a cuatro mil ojos humanos.
Ocelo venido del infinito,
hace preguntas de otro mundo.
Su cristalino es rígido,
enfoca moviéndose hacia delante y hacia atrás.
No conoce punto ciego,
jamás tienen la mirada perdida
porque rota manteniéndose
en la misma posición en relación con la gravedad.

En 2007 la revista Science
publicó un artículo de Elizabeth Pennisi
que indaga en el globo ocular
del llamado “Calamar vampiro del infierno”,
una especie de fósil viviente
con un bello ojo azul que puede ver lo más hondo:

“Ojos casi perfectos. Los lentes del calamar vampiro están diseñados para ver los detalles, incluso en la oscuridad virtual (…) Mirar claramente bajo el agua requiere un cristalino esférico especial con un índice refractivo en el centro pero un índice bajo hacia el borde”.

En la cocina
—siendo ingrediente en la mayoría 
de las tradiciones del mundo—
el ojo del calamar nada importa.
Es lo primero que se desecha
junto a tentáculos, boca y aparato digestivo.
Después vendrá retirar el saco de tinta,
sacar las alas, quitar toda la piel oscura,
girar la bolsa para limpiarlo por dentro.

Ese ojo atávico, sabio y providencial,
se pierde de las bondades de las frituras,
los guisos, los vapores, las sopas,
los arroces con tintas y los rellenos de verduras.

Nos preguntamos a qué sabe,
qué impiedades otorgaría su deglución.

El ojo del calamar es benefactor de una cierta eternidad.
No tiene memoria de fauces,
sagrado, salvado de asfixias y vejez.
Quizá humano, como acusa Canetti.


A Alexis Romero

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