miércoles, 15 de septiembre de 2010

Un poema de MARGARA RUSSOTO


Mi madre no toleraba
la intervención del pimentón
en la salsa para spaghetti.

Hubiera sido impericia y desconfianza
añadir otro ingrediente.

Porque es para siempre el rojo poder del tomate.

Yo tampoco
usé pimenton
en mis poemas
durante mucho tiempo.

Después la vida se hizo híbrida y primitiva.
No amigos.
No amor.
Los hijos se fueron.
El marido murió.
Y aprendí a echarñe el guante a cualquier cosa.
Me endurecí
como rama de canela.
No tuve escrúpulos en ahogar
con hongos musculosos
el aroma de la albahaca.
Maíz transculturado y rábanos
de un lado a otro intercambié
sin pena de confusion.
Al soberbio plátano lo humillé.
Lo hundí bajo el peso
de ingredientes baratos,
y a la papa
ella siempre tan tolerante y translaticia
la revolví entre sofisticadas legumbres
de insipidez asiática.

Y así todo me servía y nada

y nada

¿Cuál? ¿Dónde, el sabor primigenio?

Hoy vendo guacamayas en mercados mexicanos,
y paseo por las vitrinas
llenas de oro falso,
como mis poemas.

De lejos
algunas veces
el espectro de mi madre tiernamente recrudece.
Su voz es un soplo helado:
Te los dije.


De Diccionario secreto de terminos salvajes

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