martes, 24 de julio de 2012

Poesía, exilio y gastronomía


Los bocados del exilio

Caminadno por Steingasse, de Federico Prieto
 
El fin de semana se presentó en Caracas el libro Exilios. Poesía latinoamericana del siglo XX, de Marina Gasparini Lagrange, publicado por la Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana. La obra recoge textos de más de cincuenta poetas que bordean desde múltiples miradas los nada fáciles tópicos del desarraigo, la extrañeza, los exilios e insilios.
El exilio, escogido o no, es dolor. Aquellos que han partido lo saben. También lo sabemos quienes descendemos de árboles arrancados de sus genealogías por las guerras, las dictaduras, los horrores del porvenir. El dolor jamás cesó, aunque viniesen un día la felicidad y cierto olvido.
Al exilio se lleva todo y nada. Atrás queda todo y nada. Los tiempos dictan el peso de las valijas, la hondura de las nostalgias. Sólo a veces pueden reproducirse los espacios, olores o sabores de lo perdido para siempre.   
La cocina tiene la enorme, triste y maravillosa virtud de hacernos volver a casa. Nada borra los sabores de la infancia, del paladar convencido, los gustos aprendidos. Es la recuperación del alma.
El que vive lejos, en este siglo XXI, pide al paisano que lo visita algo que llevarse a la boca para forjar un efímero camino de vuelta. Y regresa. Con apenas un trozo de chocolate, una taza del café natal. Reproducir recetas hogareñas, aún con otros ingredientes, otras calidades, supone un retorno a la mesa materna, a la última navidad en casa, a lo más entrañable.

Los poemas del adiós
Rastreo en el libro de Gasparini fragmentos que vinculen gastronomía y exilio. Y hallo muy pocos, menos de los que esperaba, quizá por que comer y beber es el asentado fin de una larga añoranza y no a todo poeta alcanza el tiempo para sumirse en ella. O tal vez por que, por obvia e imposible de olvidos, la comida no necesita hacerse palabra. En todo caso, construyo una antología a partir de la antología de Gasparini, con respeto y admiración por su libro, que merece todas las lecturas.  


José Lezama Lima
(De El esperado)

(...) Las tazas de café
se habían convertido en joyas alucinadas,
que regaban la casa de gnomos que se reian
al encontratse con los conocidos de antaño.


Julio Cortazar
(El encubridor)

Ese que sale de su país porque tiene miedo,
no sabe de que,
miedo del queso con ratón,
de la cuerda entre los locos,
de la espuma en la sopa.
Entonces quiere cambiarse como una figurita,
el pelo que antes se alambraba
con gomina y espejo lo suelta en jopo,
se abre la camisa, muda de costumbres,
de vino, de idioma.
Se da cuenta, infeliz, que va tirando mejor,
y duerme a pata ancha.
Hasta de estilo cambia,
y tiene amigos que no saben su historia provinciana,
ridícula y casera. 

A ratos se pregunta como pudo esperar
todo ese tiempo
para salirse del río sin orillas,
de los cuellos garrote,
de los domingos, lunes, martes, miércoles y jueves.
A fojas uno, si, pero cuidado:
un mismo espejo es todos los espejos,
y el pasaporte dice que naciste y que eres
y cutis color blanco, nariz de dorso recto,
Buenos Aires, septiembre. 

Aparte que no olvida,
porque es arte de pocos,
lo que quiso,
esa sopa de estrellas y letras que infatigable comerá
en numerosas mesas de variados hoteles,
la misma sopa, pobre tipo,
hasta que el pescadito intercostal
se plante y diga basta.


Idea Vilariño
(Un huésped)

No sos mío
no estás
en mi vida
a mi lado
no comés en mi mesa
ni reís ni cantás
ni vivís para mí.

Somos ajenos
tú y yo misma
y mi casa.

Sos un extraño
un huésped
que no busca no quiere
más que una cama
a veces.

Qué puedo hacer
cedértela
pero yo vivo sola.

 
Jorge Eduardo Eielson
(De Hoy me despido de mi patria)

(...) Siempre salada y luminosa
Gracias a su pescado
Y a la divina espuma
De mi infancia en el océano
Cruel arena sin embargo
Que no alimenta niños ni animales
Que viven sólo de huesos
Y limosnas. Adiós extraña patria
Purgatorio del plateadas olas. Adiós
Pescado azul adiós
Arena atroz


Heberto Padilla
(De Padres e hijos)

(...) Dios mío, ten piedad del errante,
pues en lo errante está el dolor.
Saltimbanquis, viajeros, vagabundos, adiós.
Mi amor va con vosotros;
se sienta en vuestras mesas, come
con vuestros labios
secos de ardor, de sed. Dádle un sitio
en la magra mochila, un resonar en los zapatos.


Cristina Peri Rossi
(De Gotan)

(...) No quiero que el camarero del Sorocabana
me pregunte, treinta años después: “¿Un capuchino,
como siempre?”
Siempre no existe,
Gardel murió
y la Tana Rinaldi también emigró.
Quiero otra luz, otro mar,
otras voces, otras miradas
romper este pacto de nostalgia
que nos ata, como una condena de una maldición
y no volver a soñar con el barco que atraviesa una mar
oscura
para devolverme a la ciudad donde nací.
No hay Volver
no hay arrabal
Sólo la soledad es igual a sí misma.


Piedad Bonnett
(De Otro exilio)

(…) En una espesa cocina del Caribe, con trigo y hierbabuena una mujer dibuja a su madre, reconoce a su hermano, con aceite de olivas bautiza a sus hijos.

 
Igor Barreto
(Naturaleza del Exilio)

Unas reses llegaron del boscoso anhelo,
de unas calcetas añoradas.

¿Qué sentido tenían aquellos animales
de rostros humanos?

La cocina era una hoguera
a media noche.

El acallamiento
vegetal del balcón

donde unos helechos
aletean como esfíngidos.

¿Qué fue de la quietud de unos parajes
que conocía tanto?

No encontré barriales constelados,
ni la camisa azul.

Era la naturaleza del exilio,
un río de nada.

Algo que corta una cebolla en pequeños trozos,
blanca, como un farol bajo un árbol marchito.


Gabriela Kizer
(De A veces quisiera qye fuesen descendientes de campesinos…)

(...) Pero nada tuvieron de tuberculo enlodado o de raíz.

Acompañaron, eso sí, a pelar las papasgenerosas de la Europa negra
y se vinieron al Nuevo Mundo en sacos llenos de recetas de papas.
De allí los viejos no pudieron sacarlas…


Jacqueline Goldberg
(Exilio)

Estoy en el tráfico.
En la peor hora peor.

Quiero mudarme.
A Borneo,
a Edimburgo, a Yacarta, a Tombuctú.
Donde queden caminos de tierra
y no azoten las jornadas del regreso.

Tengo hambre.
La radio habla de un restaurante
que sirve langostinos al vapor.
Pienso en alcachofas despetaladas.

Pudiera comer también un tazón de arroz,
beber copas de espuma.
La hora me agrava.

Se trata de anhelar un exilio,
sin ambigüedad.
Aquí mismo. Ya.

Debo irme. Digo.
Debo comer,
verter mis manos en una afilada bandeja,
en una mesa de Padua, Lima,
Nueva Guinea, Jaffa, Tombuctú.

Sobre todo debo comer.
Y seguir.
Y resignarme.

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